Como un lirio en medio del pantano, en pleno corazón del populoso distrito de La Victoria, a unos metros del cruce entre las avenidas Aviación y 28 de Julio, se erige el puesto de libros del poeta y compositor Ángel Izquierdo Duclós (Lima, 1954). Y aquí hemos llegado. Se trata de un espacio atiborrado de enciclopedias y revistas antiguas y obras literarias. Mientras charlamos sobre música y literatura, desde la parte alta del anaquel principal, nos observan tres colosos de la cultura de nuestro país: César Vallejo, José María Arguedas y Felipe Pinglo Alva. “Esta zona tiene algo mágico que cautiva a los artistas”, nos dice el poeta.
Y aquí proseguimos junto a Izquierdo Duclós, una mañana calurosa de domingo bullanguero, charlando ahora sobre su historia en este lugar adonde llegó para quedarse para siempre un primero de abril de 1984. “Llegué con la intención de escribir sobre este lugar y su gente, alguna canción, un poema o un buen cuento, así como lo habían hecho Ribeyro en “Los gallinazos sin plumas” y Enrique Congrains en su relato “El niño de Junto al Cielo”. El poeta nos refiere que gracias a su oficio de librero ha conocido a numerosas personas que gustan de la lectura. Muchos de ellos se han convertido en sus amigos. Entre sus visitantes más ilustres recuerda al pintor Víctor Humareda quien alguna vez le compró la obra completa de Ciro Alegría.
De cuando en cuando, llegan de visita algunos escritores de las nuevas generaciones que lo tienen como un símbolo del poeta que, ajeno al afán de figuración, realiza un destacado trabajo creativo. De otro lado, Izquierdo Duclós representa ese ideal de algunos escritores que eligen el destino de ganarse la vida rodeados siempre de libros.



Ahora el poeta de ojos claros y mirada chispeante nos canta, sentado, con su voz ronca y apagada algunas de sus mejores composiciones: “Cuando me vaya de este mundo en primavera / cuando los árboles se tuteen con el viento / y los pájaros mis melodías canten / un punto en el océano / como barco encallado en el horizonte / reflejará mi alma”. El bardo interpreta sus letras con pasión. Gesticula como los grandes artistas en pleno concierto, mientras los vendedores ambulantes y los carretilleros y el tren eléctrico van y vienen, incesantes. “Cuando me vaya de este mundo en primavera / cuando deshojado este árbol óseo / sea un páramo / en pleno campo de cemento / simiente / próxima a la germinación / en tu cuerpo sin alma / sembrarme quiero”.
De rato en rato, los mendigos se nos aproximan para solicitarnos algunas monedas. Los vecinos de la zona conocen bien al poeta y lo saludan al paso con afecto.
Su labor de librero le permite también relacionarse con los muchachos de la zona. “Es grato brindarles cultura a través de los libros”. Un niño a quien le entrega una moneda le trae al recuerdo a un muchachito a quien tiempo atrás le entregó un hermoso regalo y que, varios años después, reapareció convertido en un comerciante solvente. “Una mañana llegó y me llevó en su camioneta a pasear y a comer a unos sitios exclusivos. La vida nos brinda también estas gratas sorpresas”, evoca.

Ángel Izquierdo Duclós ha publicado una serie de plaquetas. Luego de unos vasos de cerveza, bien fríos, se anima a recitarnos su poema “Albatros”, donde rinde homenaje a Charles Baudelaire y, principalmente, les canta a los hombres que luchan con denuedo en las calles de asfalto de nuestra ciudad. Transcribo un fragmento:
Triste es ver a las aves marinas
deambulando fuera de su hábitat
hurgando en los mercados
picoteando en los matorrales
sobreviviendo
¿No habéis visto a millones de Aves
deambulando
hurgando
picoteando
las Oficinas de Servicios de Empleo?
Sí
he llegado a la mitad de mi existencia
y en la urbe
en pleno campo de Agramante
me siento como un Albatros distante de la mar
Quizás
no tenga por qué apresurarme
pero sé que se me va la vida en el intento lo sé.
Han sido casi dos horas de grata conversación. Con Miguel, Moisés y Héctor enrumbamos hacia otros caminos. Nos despedimos del poeta. Estrecho su mano y contemplo una vez más su sonrisa franca y apacible, sus cejas blancas y bien pobladas, su frente vasta y sabia. Nos alejamos y lo noto renguear ligeramente.
En medio de esta zona turbulenta de Lima, campo de Agramante, el poeta se asemeja a un albatros, cuyas alas de gigante le impiden caminar.